lunes, 16 de julio de 2012

Lecturas de siesta y playa, 2ª entrega. Menú mongol.

Cuando le pedimos que colaborara con nosotros proponiendo una lectura para el verano, el profesor y crítico literario Miguel Casado nos sorprendió con esta invitación a recorrer las estepas de Mongolia. 
En la Biblioteca UCLM le estamos muy agradecidos por su amabilidad y también por el tiempo e interés que nos ha dedicado.  Aquí tenéis su  “Menú mongol”:

Menú mongol

Seguramente no es una obra maestra, pero Bajo un cielo azul cobalto (traducción de Inés Belaústegui, Ediciones B), entre lo leído en los últimos meses, es uno de los libros que me ha dejado imágenes más nítidas, de los que me darían materia de conversación para mucho tiempo. Su autora, Louisa Waugh, es una joven inglesa que, a poco de llegar a Mongolia sin un propósito fijo, encuentra un trabajo de profesora en un pueblo situado en el rincón noroeste del país. Montañas y estepa, casas dispersas construidas con bloques de hormigón que se mezclan con las tiendas de fieltro, que están allí en el pueblo y también se extienden por toda la comarca, donde una parte de cada familia mantiene el ritmo de la vida nómada y el pastoreo. Pasa allí un año la autora y cuenta ese tiempo desde una perspectiva extraña y fascinante, singularísima: ni paternalista ni idealizadora, sin afición por el exotismo pero con insaciable curiosidad, no se funde con los habitantes del lugar ni los ve nunca desde fuera; eso sí, lo mira todo, aprende todas las lenguas de aquella encrucijada (mongol, tuvano, kazajo), va a todas partes. Hace muchísimo frío y los días resultan tremendamente duros; pero todo es real, las amistades y los recelos, el agua y las fiestas, el paisaje y las tropelías de la modernidad aunque apenas llegue allí, el río casi siempre helado y las borracheras ancestrales, el sufrimiento y la alegría. No es fácil explicar la virtud de este libro, la cotidianidad de lo extremo, tan sencillo todo y tan poderoso. La vida.



Quizá no haya nada real, sin embargo, en Guía de Mongolia, de Svetilav Basara (traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pistelek, Ed. Minúscula), ni siquiera nada mongol; pero tampoco hay nada convencional. Un escritor serbio acepta sustituir a un amigo en la redacción de una guía de Mongolia, y el Ulan Bator adonde dice ir es un boquete delirante en el tiempo y en el espacio, por el que transitan los muertos, se teletransportan los personajes y la política, la religión y la jet set se superponen sin producir otra cosa que líneas de fuga. Estas líneas se anudan todas tal vez en la ventana de una vieja casa de un pueblo de Bosnia, un momento antes de que empezara la guerra de la ex-Yugoslavia. Y el delirio y la ruptura constante de toda lógica acaban haciéndose formas de una reflexión incómoda, difícil de asimilar, de una escritura sin concesiones y sin descanso. Una experiencia fuerte de lectura.



Ya asomados al túnel del tiempo, Enrique Palazuelos –catedrático de Economía, pero aficionado a los asuntos de la estepa, que, como se ve, posee la cualidad de generar adiciones– escribe uno de los pocos ensayos españoles sobre la historia de los mongoles: El poder sin metáfora: el imperio de Gengis Kan (Siglo XXI). El libro repite, de modo muy atractivo, el recorrido tradicional (hay una amplia bibliografía en francés e inglés, en ruso y en chino, escasamente traducida al castellano) que va desde el origen mítico de la familia de Gengis a la rápida disolución del imperio tras la generación de sus nietos, pasando por los asombrosos avatares de su expansión y construcción. El autor aporta además su mirada reflexiva acerca de un pueblo que, mientras cambiaba y determinaba la historia del mundo, permaneció sin historia propia, convertido en un breve capítulo de la historia de China o Persia o Europa, para volver a perderse luego en el más completo silencio; por otro lado, intenta Palazuelo poner la trayectoria de los mongoles en el contexto del mundo medieval (por ejemplo, en comparación con políticas de exterminio tan bendecidas como la que eliminó a los cátaros) y rastrea su huella en instituciones y prácticas de los países que atravesaron y fugazmente dominaron. Lo preside todo el análisis de qué sea el poder y qué caras pueda adoptar, y a partir de ahí la lectura viene también a conectar con el presente.


Para terminar este menú mongol, recomendaría a quienes tengan ocasión de pasar por París antes del próximo 16 de septiembre que se acerquen a la exposición “Mongolia entre dos eras, 1912-1913”), colgada en el Museo Albert Khan. Por la propia exposición y por los espacios que la contienen. El museo está situado junto a la terminal de la línea 10 del metro parisino, Boulogne-Pont de Saint Cloud, y, aparte de sus pabellones, incluye unos peculiares jardines muy próximos al Sena que bien merecen un paseo: un jardín japonés moderno, bambúes y rosaledas, el bosque de los Vosgos y los cedros del Atlas, riachuelos y cascadas, charca y montaña, un bosque dorado. La exposición reúne, sobre todo, las fotos que hizo Stéphane Passet en esos años 1912 y 1913, durante un viaje realizado nada más declararse la independencia de Mongolia, entre la revolución que derrocó a los emperadores chinos y la posterior revolución rusa (y su secuela en las estepas): fotos de lamas y de caballos, de personajes y tiendas de fieltro, de extraordinarios paisajes y de monasterios que no han sobrevivido; fotos en un color pionero y emocionante, reveladas en el laboratorio que había creado el banquero Albert Khan, cuando imaginaba unos “archivos del planeta” que la quiebra del 29 se llevó por delante.

Miguel Casado

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